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Para Laura (seudónimo) fue la soledad —o como dijo, “no tener a quién acudir”— lo que la llevó a infligirse cortes en los brazos cada cinco o siete días, que era lo más que aguantaba sin herirse.
Fue la soledad, sí, pero también un cuadro de depresión severa, baja autoestima y bullying. Se lo hacía en los brazos, pero también en las muñecas, en los muslos, en el abdomen, en las caderas.
Todavía recuerda los comentarios que antecedieron las heridas, esos que en sus silencios recordaba sin tener claro por qué.
“Eso lo hace por llamar la atención”.
“Hay que medicarla”.
“Loca, mátate”.
“Eso lo hace por llamar la atención”.
“Hay que medicarla”.
“Loca, mátate”.
Crédito foto: Instagram/_smile_to_death_
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Y todo inició cuando comenzó a creérselos.
“Al estar tanto tiempo sola, empezaba a pensar en las cosas hirientes que decían otras personas, que dolían por dentro, que necesitaba exteriorizarlas para poder canalizarlas y ‘aliviarlas’ en cierta medida”, narró Laura.
El alivio era automutilarse, abrirse la piel con la idea de que por ahí podría expulsarse un dolor interno. “Por la euforia no sentía dolor. Pero después sentía miedo, por mí y por lo que pensarían los demás si se enteraran, desprecio de mí misma, culpa extrema y un deseo —aunque vago— de no volverlo a hacer”, recordó la joven residente de Utuado.
El alivio era automutilarse, abrirse la piel con la idea de que por ahí podría expulsarse un dolor interno.
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Laura nunca buscó ayuda por sí misma. Aunque había dejado de automutilarse hacía tres años, en su último semestre de universidad le dijo a su madre que no quería seguir viviendo, que le dolía todo, que lo que hacía antes —herirse— dejó de ser suficiente. Así cerró, a los 25, un ciclo de depresión y laceración propia que comenzó a los 16, en plena adolescencia.
Hoy, a los 27, cuando siente el impulso, busca un hielo y lo atrapa en su mano hasta que se derrita.
Crédito foto: Pinterest
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Hoy, a los 27, cuando siente el impulso, busca un hielo y lo atrapa en su mano hasta que se derrita. Duele, pero al menos no le deja cicatrices, como las que le acompañan desde hace más de una década.
En busca de las señales
Como Laura —que habló con su madre de su situación años después— es común en los casos de automutilación en adolescentes que los padres no se den cuenta, explicó Edda Blanco, coordinadora de servicios clínicos del Hospital Panamericano.
A diferencia de los adultos, que tienden a aislarse, llorar o caminar de un lado a otro, los adolescentes tienen dificultad para dialogar y expresar verbalmente sus emociones, su baja autoestima o algo que les incomode.
Crédito foto: Shutterstock
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“Una manera de expresarlo es lacerándose”, abundó Blanco.
Si bien cada situación es individual, la trabajadora social subrayó la importancia de notar cambios drásticos en el comportamiento del joven que puedan ser una señal de alerta.
Mencionó, por ejemplo, un adolescente que siempre compartía con su familia, tenía comunicación con sus padres, buenas notas y participaba de actividades en la escuela. “De momento baja las notas, los maestros comienzan a citarlo porque tiene conducta negativa, no está prestando atención a las clases como antes, en el hogar se aísla, se torna agresivo, todo le molesta y evita el contacto con los padres o los familiares”, detalló Blanco.
Identificar señales se complica, sumó Blanco, toda vez que muchos de los adolescentes esconden sus cicatrices porque se sienten avergonzados o rechazados, “aun cuando, al volver a sentir ese sentimiento de coraje o minusvalía, vuelvan a infligirse”.
Las áreas más comunes donde se laceran son los brazos y los muslos, zonas fáciles de ocultar con ropa.
Crédito foto: Flickr/RN
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En cuanto a los utensilios, Blanco señaló que lo usual son las navajas y bolígrafos porque es lo más fácil que se puede esconder, pero que también se usan lápices, depiladores de cejas y cuchillos.
La tendencia del bullying y otros factores
A juicio de Blanco, es cada vez más recurrente entre los adolescentes que se automutilan un común denominador: el acoso que trasciende el horario escolar.
“Antes existía el bullying, pero no estaban las redes sociales. El exponerse a eso tan abiertamente y que más personas sepan por qué tú eres víctima de acoso, que se burlen de ti, puede llevar a la autolesión”, declaró la experta.
Aunque no necesariamente son corolarios del bullying, el rechazo de pares —como compañeros de estudio o deportes— y la presión de grupo son también variables de peso en este tipo de conducta.
Los adolescentes más susceptibles a incurrir en la automutilación, detalló Blanco, son aquellos que no tienen recursos de apoyo en el hogar, ya sea porque no hay buena comunicación entre progenitores o entre estos y el joven. En cuanto a condiciones de salud mental relacionadas, sostuvo que en la mayoría de los casos los adolescentes tienen depresión.
Aunque el género no es un factor determinante, en la experiencia de Blanco las féminas son las que más incurren en esta conducta.
Crédito foto: Pinterest
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Es posible superarlo
El tratamiento para adolescentes que se automutilan requiere, más allá de atención médica inmediata a las heridas, una modificación de conducta.
"Lo que lleva a que el adolescente a autoinfligirse es un pobre control de impulso", sostuvo Blanco.
A través del Programa Residencial, el Hospital Panamericano ofrece a la población de 13 a 17 años cuidado de la facultad médica —psiquiatría, trabajo social, enfermería y técnicos de salud mental— para lograr el control de la automutilación.
El programa, que puede durar de tres a seis meses, cuenta con ofrecimientos escolares acreditados por el Departamento de Educación, de forma tal que el paciente no vea un atraso en sus estudios, aclaró la trabajadora social. A base de su experiencia, es posible sobrellevar la automutilación y las condiciones vinculadas a la misma. "Son más los casos de éxito", afirmó.
Si quieres conocer más información acerca del Hospital Panamericano, completa la información a continuación:
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Crédito foto: Flickr/RN
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